Luces, cámara… espera: lo que nadie te cuenta de la vida en el set

por Álvaro

5/30/20252 min read

Podría contarte que un rodaje es una orquesta perfectamente afinada. Mentiría.

Un set es más bien como una plaza al amanecer: algunos ya están barriendo, otros aún bostezan, hay quien llega corriendo con un café medio volcado y alguien, siempre alguien, ha perdido las llaves del vestuario. Pero en medio de ese pequeño caos cotidiano habita la posibilidad del milagro.

Llevo más de treinta años metido en sets. He visto debutar a actores que hoy ganan premios y a otros que no volvieron tras la pausa del bocadillo. He visto directores perder la voz, maquilladores improvisar prótesis con cinta de embalar, y productores discutir por teléfono durante horas sin colgar nunca. También he visto cómo nacen amistades que no se borran con el último "corten".

Lo que nadie te cuenta es que rodar es convivir. Es estar diez o doce horas con personas que no conocías el día anterior, pero que a las dos de la tarde ya saben si tomas el café con azúcar. Se aprende a leer gestos, silencios, miradas de aprobación o de cansancio extremo. Se crea una especie de idioma paralelo donde un suspiro puede significar "falta una toma" o "hoy no llegamos".

También se aprende a esperar. Esperar mientras colocan una luz, mientras se prepara un travelling, mientras alguien localiza el vestuario perdido, mientras el actor principal está en maquillaje y el figurante número 7 se ha perdido por los pasillos. Esperar forma parte del trabajo. Igual que saber cuándo no molestar o cuándo acercar una silla sin que nadie lo pida.

Cuando eres padre de tres hijas, como es mi caso, todo esto cobra otro significado. Porque entiendes que el tiempo es un bien frágil. Y, sin embargo, aquí, en medio del rodaje, ese tiempo se dobla, se retuerce. Hay jornadas que duran cinco minutos y escenas que se graban durante tres horas y no acaban de cuajar. Y cuando lo hacen… cuando, por fin, sucede…

Ay. Esa toma perfecta, ese plano que encaja con la música, con el gesto justo, con la luz precisa. No hay muchos de esos momentos, pero bastan para justificar semanas enteras de trabajo.

También está el lado más invisible: el del técnico de sonido que se deja la piel en conseguir que no se cuelen los ruidos del exterior, el auxiliar de producción que soluciona problemas antes de que sean problemas, el eléctrico que aguanta la lluvia con los cables en la mano. Son los héroes sin nombre, y sin ellos, la película simplemente no existiría.

He aprendido más sobre el ser humano en un set que en muchas redacciones. Porque aquí nadie finge por mucho tiempo. Las máscaras caen a la tercera jornada. Aparecen los egos, sí, pero también las generosidades inesperadas. Gente que te cede su abrigo, que comparte su bocata, que se queda dos horas más sin protestar porque sabe que si hoy no sale la escena, mañana costará el doble.

A veces, pienso que los sets son como pequeñas ciudades temporales, con sus normas, sus ritmos, sus vínculos. Se montan en un día, se desmontan en una noche, y lo que queda después no se guarda en una tarjeta de memoria: queda en la cabeza, en el cuerpo, en el recuerdo.

Quizá por eso sigo viniendo. Porque, incluso en medio de la ficción, a veces se roza la verdad. Y eso, al menos para mí, sigue teniendo sentido.