Los bares ya no son solo para beber: por qué cada vez más rodajes se hacen en locales reales.

por Levi

5/30/20252 min read

En 1964, Jean-Luc Godard rodó Bande à part en las calles de París. Lo hizo sin decorados, sin artificio, y con una cámara que respiraba ciudad. Aquel gesto, impensable en estudios clásicos como los de la RKO o la Paramount, marcó una nueva estética: la del rodaje directo, sin red.

Hoy, más de sesenta años después, esa estética se ha convertido en una rutina de trabajo. Y no solo en el cine de autor: productoras de publicidad, videoclips, contenido de marca e incluso ficción televisiva optan cada vez más por rodar en espacios reales. Especialmente bares. Pero ¿por qué?

El bar como escenario emocional

Los bares tienen algo que ningún decorado puede igualar: historia. Cada marca en la barra, cada foto enmarcada, cada lámpara medio torcida cuenta algo. Un buen director de arte sabe que eso no se compra en una tienda de atrezo. Se encuentra.

Rodar en un bar es como pedirle prestado su carácter a un lugar. Funciona. Se siente. Se nota en la pantalla.

Práctico, sí. Pero no del todo.

No obstante, grabar en un espacio real tiene letra pequeña. El bar abre. El bar cierra. El bar tiene clientes, personal, proveedores. Hay que pactar horarios, mover mesas, colocar cables sin tropezar con el lavavajillas industrial. Si se cae una luz y rompe una copa antigua, ya no solo pierdes tiempo de rodaje: ganas un conflicto diplomático.

Todo esto es parte del encanto… hasta que no lo es. Hasta que el rodaje se alarga, alguien del equipo pisa una baldosa suelta o el dueño, amabilísimo al principio, empieza a lanzar miradas que matan.

Entre lo real y lo reproducido

Por eso, últimamente han florecido espacios híbridos. Estancias que reproducen la autenticidad de un bar, con toda su atmósfera, pero que están pensadas específicamente para rodar: buena acústica, iluminación controlable, electricidad en cada rincón, techos altos, sin vecinos que se quejen ni grifos que suenen cuando no deben.

No es que sustituyan al bar auténtico. Pero dan la posibilidad de crear con libertad. De repetir una escena diez veces sin disculparse. De mover cámaras sin romper copas. De hacer magia sin pedir permiso cada cinco minutos.

Volver al estudio… pero con otra mirada

Curiosamente, esta vuelta a lo real ha revalorizado el estudio. No como espacio frío y neutro, sino como lugar donde se puede construir lo real sin las limitaciones de lo real.

Porque lo auténtico también se puede diseñar. Se puede modular. Se puede cuidar. Y, sobre todo, se puede rodar sin molestar a nadie.

Así que sí: los bares están de moda. Y con razón. Pero no hay que olvidar que un set bien construido —con alma, con atmósfera, con libertad— a veces es el mejor bar donde rodar una historia.